Visitas Guiadas Al Oratorio De Suardi Para Ver Los Frescos De Lorenzo Lotto

VISITAS GUIADAS AL ORATORIO DE SUARDI PARA  VER LOS  FRESCOS DE LORENZO LOTTO

HORARIO DE VISITAS:
Se precisa contactar con la Oficina de Información y Turismo para visitar los frescos de Lorenzo Lotto expuestos en el oratorio de Suardi.
Domingos: (De Marzo a Noviembre) las visitas se realizarán a las 15,00h, NO ES NECESARIA CITA PREVIA.
Resto de días: (mañanas y tardes) solo para grupos de 4 a 25 personas, SOLICITANDO CITA PREVIA.

PRECIOS:
La visita guiada tiene una duración de 45 minutos aproximadamente
8 €  por persona
6 € por persona:  Para grupos de más de 15 personas, mayores de 65 años y niños de 6 a 14 años.

OBSERVACIONES:
No está permitido visitar el oratorio si no están acompañados de uno de nuestros guías. El aforo máximo en el oratorio es de 25 personas.

OFICINA DE INFORMACION Y TURISMO ( IAT Valcavallina)
Vía Suardi, 20 – Trescore Balneario(Bg) 24069
Teléfono:  0039 035 944 777 Fax: 0039035 836 548 Teléfono móvil: 0039 335 750 7917
E-mail: info@prolocotrescore.it  ó iatvalcavallina@gmail.com
Horario de oficina: De lunes a sábado desde las 9.00 a las 13.00

Lorenzo Lotto

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“Una capillita dedicada a las gloriosas Vírgenes Bárbara y Brígida”

Así se menciona en una estimación catastral de los primeros años del siglo XVI el edificio donde Lorenzo Lotto realizó el ciclo de frescos, los cuales, por amplitud de las dimensiones  y la complejidad de los temas, constituyen quizás la obra más laboriosa de su itinerario artístico.
Anexa a la residencia de campo de los Suardi, una de las familias bergamascas más antiguas y prestigiosas, la “capillita”estaba entonces en medio del camino del “Valle Cavallina”,recorrido por mercantes y por las milicias mercenarias de paso.
Una primera intervención pictórica  había sido efectuada en 1502 con la decoración del ábside por parte de un artista anónimo, que la crítica más reciente supone vinculado con el círculo de Jacopino de’Scipioni.
En 1524, por encargo de Battista Suardi, culto “hidalgo” de profunda fe e importante representante de la vida pública ciudadana, Lorenzo Lotto pintaba al fresco las dos paredes mayores, la del fondo y los dos techos en declive. En aquellos tiempos hubo una seria crisis política y religiosa.
La decadencia de las instituciones eclesiásticas y el difundirse de las ideas reformadas suscitaban dudas y angustias. El terror de un nuevo diluvio universal, anunciado por los astrólogos  y percibido como castigo de Dios, se difundía por toda Europa, alimentado en tierra bergamasca por extrañas y  muy violentas inundaciones.
En este contexto el programa iconográfico, que fue probablemente elaborado por el mismo comisionista, y que Lotto supo exprimir con el lenguaje inmediato y cautivador del cuento popular, quería reafirmar el valor de las verdades de la fe confutadas por los reformadores protestantes.

Tema central del ciclo es la posibilidad ofrecida a todos los hombres de participar a la vida divina. En la pared mayor, delante de la entrada actual, se destaca la gran figura de Cristo, quien abre los brazos; de sus dedos se ramifican sarmientos de la vid, que forman más arriba diez círculos en el interior de los cuales aparecen figuras de Santos.
La vid es tradicionalmente imagen de la Iglesia. Cristo y la Iglesia están así indisolublemente  unidos y con los Santos, generados por la misma vid, forman el Cuerpo Místico, al cual también los fieles están llamados a participar.

El versículo evangélico “Ego sum vitis vos palmites”,escrito en letras doradas sobre la cabeza de Jesús, representa de manera explícita la invitación. En el centro de la parte inferior  el comisionista, pintado en medio cuerpo, con su mujer Órsola y la hermana Paolina, las manos juntas, la mirada fija en la imagen sagrada, muestra con su presencia la adhesión a las tesis expuestas en el muy articulado programa doctrinal.

En los lados hay dos escaleras de mano, desde donde precipitan unos viñadores, cada uno de los cuales aprieta una azuela.
Ellos representan los que hace tiempo habían  tratado de destruir la unidad de la Iglesia; en cada figura aparece el nombre de un herético o de una secta.

En el interior del primero y del último círculo, San Jerónimo y San Ambrosio provocan la caída y se oponen al ataque: los dos Santos habían sido activos defensores de la fe contra los mismísimos heréticos cuyos nombres aparecen en el fresco.

En el césped, a los pies de la escalera, un pequeño lagarto, símbolo de muerte, anuncia a los viñeros culpables la inevitable condena, mientras que un lebrel y un caracol, figuras que se refieren a la fidelidad y al renacimiento, se alejan dirigiéndose hacia Cristo, fuente de vida.
Arriba, los sarmientos de la vid se extienden, invadiendo  el tejado para formar una mística viña vendimiada por los amorcillos, imagen tradicional de la Eucaristía, que subrayan el significado de la representación. La articulación espacial es compleja. Cristo-vid, los Santos, los heréticos, figuras ideológicas, y en las otras paredes  las imágenes de profetas y de sibilas, dominan simbólicamente.
En el fondo el espacio se abre para representar el espectáculo edificante de la historia de Santa Bárbara; como en una sagrada representación, los lugares están colocados en una larga plataforma, como para formar una ciudad, donde el pintor describe las calles, las plazas, los interiores, hasta las murallas almenadas con las puertas abiertas hacia  un paisaje creado  por tiernas tonalidades  de color.
Así  el pequeño ambiente del oratorio da la ilusión de extenderse muy lejos hacia los montes, hacia el horizonte  tan claro que arriba llega a ser  aún más azul.

Contados sin solución de continuidad, los episodios de la historia se desarrollan en rápida sucesión en el interior de los espacios en prospectiva, desde la izquierda hacia la derecha: la construcción de la torre donde el padre quiere encerrar a su hija, la conversión, el bautizo en soledad, el ultraje al ídolo pagano, la conversación con el padre, cuyo contenido se muestra a través de gestos simples y elocuentes, la huida hacia las colinas, el hallazgo y el regreso forzado, los distintos momentos del martirio, la aparición de Jesús quien sanea las heridas del cuerpo torturado, el socorro del ángel  para cubrir la joven, quien, semidesnuda, es arrastrada por los verdugos hacia la plaza del mercado.
El drama es contado con el gusto de la descripción naturalista de las cosas pequeñas, de las situaciones cotidianas y habituales, que ni siquiera el acontecimiento extraordinario trastorna. En las colinas ocurre el último acto: en el fondo de un cielo clarísimo, Bárbara muere decapitada por su mismo padre quien, para explicar también  a un público inculto su crueldad, aparece siempre vestido como un turco. Cerca de ella, el fiel perrito, el cual, más piadoso que los mismos hombres, había acompañado su recorrido de sufrimiento.

En la pared del fondo están las figuras muy deterioradas de Santa Catarina de Alejandría y de Santa María Magdalena.

De la primera, Lotto sintetiza la historia, añadiendo al episodio centrar del martirio la imagen de los filósofos, quienes, llamados para convencer a la Santa de que abjurara,
aceptan luego la muerte en la hoguera, porque ellos mismos ya están convencidos de la verdad de la fe.

En la segunda, la profundidad del paisaje se opone a la cueva obscura donde Magdalena, cubierta por su largo pelo, espera la comida celeste que es su nutrición.
Un falso telar arquitectónico con un entablamento sujetado por pilares corintios pone en relación espacio real y espacio imaginario, y prosigue a lo largo de la pared de la actual entrada, sobre la cual se articula el cuento de los nueve milagros de Brígida, santa irlandesa protectriz contra el mal tiempo.

Las flores surgen de la madera seca donde la Santa apoya la frente durante la toma de hábito delante de las miradas sorprendidas de la familia de Matteo Suardi, primo del comisionario y él mismo partícipe de la empresa decorativa.

De esa forma, en una sabia alternancia de ambientes internos y de luminosas aberturas paisajísticas, Brígida regala a los pobres la carne que llevaba en el delantal, milagrosamente limpio, y convierte el agua en cerveza, sanea un ciego, quien tiene en la cara la alegría de la iluminación interior, aun antes de recibir

el dono de la visión exterior, amansa un jabalí, aleja un temporal, castiga la avaricia de una mujer disecando un árbol de su huerto, parte una vasija de plata, salva un hombre de una muerte violenta.

El aspecto de la Santa no tiene nada excepcional: el milagro, aislado de cada solemnidad, se traduce en gestos sencillos y cotidianos. La fe y las buenas acciones, representadas respectivamente en las historias de Bárbara y de Brígida, en contra de las doctrinas protestantes, son indicadas ambas como medidas indispensables para la salvación. Encima de la entrada, un cazador solitario sujeta en la mano izquierda una lechuza: símbolo de herejía, ella le sirve para atraer a otras aves hacia las varas cubiertas de muérdago sobre las cuales ellas encontraron la muerte y que ahora él lleva sobre el hombro con  negligencia.

En la figura, la crítica más reciente y una antigua tradición local han identificado el autorretrato de Lorenzo Lotto, quien, después de haber indicado los peligros hacia donde van los que se dejan seducir por las ilusiones de las falsas doctrinas, se aleja, los ojos azules dirigidos a Cristo-vid en la pared opuesta.
En la obra se encuentran las más diversas sugestiones. Motivos iconográficos muy antiguos, como el de Cristo-vid, se convierten en algo vivo y actual, casi anticipación precoz de las doctrinas de la Contrarreforma.
Ecos del arte nórdico y de Rafael, sugerencias que derivan de las novedades del lenguaje de Gaudenzio Ferrari, reviven con profunda originalidad.
En la descripción realista, en la libertad de las reglas y de las convenciones, en el cuento  sencillo y popular, la sensibilidad del pintor encuentra la tradición del naturalismo lombardo y crea imágenes de verdad inmediata, como la, muy famosa, del mercado, tan fresca de color y de vida.
En una decantación de las muchas experiencias, Lotto alcanza una plenitud de expresión y  una felicidad creativa, típicas de la cultura y del arte con mayúscula, de tal manera que la decoración del pequeño oratorio de campo, por dignidad de lenguaje y riqueza de significado, se parece más a los grandes ciclos contemporáneos pintados por Rafael y Miguel Ángel.